EL PRIMER MÉDICO EGIPCIO: ¿SEKHET`ENANACH O IMHOTEP?
La medicina egipcia
fue una de las más avanzadas de su época. Los médicos o sanadores eran
funcionarios que no cobraban la atención a sus pacientes, sino que eran
financiados por el Estado. Se les llamaba Sum-un, que significa “hombres de los
que sufren”, incluyendo en esta categoría de padecientes (pacientes) a los
demás animales, ya que la Veterinaria no estaba separada de la Medicina.
No es raro entonces
que fuera en esta civilización que vivieron los dos hombres que hoy compiten
por el puesto de ser el primer médico de nombre conocido en la historia:
Sekhet`enanach e Imhotep.
El primer médico egipcio de nombre conocido en la
Historia
Las principales
fuentes para estudiar la historia de la medicina egipcia son los papiros. Los
llamados Libros Herméticos del dios Thoth es una colección de 32 tomos, 6 de
los cuáles trataban sobre el arte o ciencia de curar. Otros documentos
importantes son el Papiro de Ebers (alrededor del 1500 a.C.) que presenta
recetas y encantamientos; el Papiro Quirúrgico de Smith (alrededor del 1600 a.C.),
en el que encontramos tratamientos y pronósticos de diversas heridas, parálisis
y traumatismos cráneo-espinales; y el Papiro de Ramenseun (alrededor del 1900
a.C.) sobre la relajación de miembros rígidos.
Volviendo al tema, la
discusión sobre a quién le corresponde el título de primer médico de nombre
conocido comenzó a fines del siglo XIX. E.T. Withington, en un libro ya clásico
titulado Medical History from the Earliest Times (1894), considera a
Sekhet`enanach como un protomédico de uno de los faraones que vivió por el 3000
a.C. En su tumba se lo representa envuelto en una piel de leopardo y con dos
cetros en las manos; detrás de él, su esposa apoya una mano en su hombro. Lo
único que se sabe de su vida es que “curó las narices del rey”. Como recompensa
por este servicio, el monarca le concedió lo que deseara: el médico pidió que
se labrara una estatua de piedra de su paciente contando la historia y que
fuera colocada, en un primer momento, en un lugar visible del Palacio y luego,
en la tumba del faraón. Así se hizo y gracias a este hecho es que se conoce la
historia.
En la mitología
egipcia existía una deidad llamada Sekhmmet, diosa de la guerra y a la que los
curanderos pedían su intercesión cuando arreglaban las fracturas. El parecido
de su nombre con la primera parte del nombre del médico me llevó a pensar que
–quizá- éste se tratara de un título para los sanadores.
Mucho más conocido es
Imhotep, cuyo nombre significa “aquel que vino en paz”. Para William Osler
(1849-1919), considerado por muchos “el padre de la medicina contemporánea” y
un estudioso de la historia de la disciplina, es a quién debemos considerar el
primer médico conocido. Sin embargo, Imhotep es más conocido como político,
arquitecto, astrónomo y sacerdote del Templo de Heliópolis. Fue visir o Primer
Ministro del faraón Zoser, de la III Dinastía (llamada menfita), quién inició
–el siglo XXVII a.C.- una política expansionista aguas arriba del Nilo y hacia
la Península del Sinaí.
Como ministro dirigió
los trabajos de fortificaciones para la política expansionista del reino,
diseñó la pirámide escalonada de Sakkarah o Saqqara –que marcó el paso de las
tumbas frontales a la era de las Grandes Pirámides-, y ordenó el almacenamiento
de granos tras prever una sequía -lo que podría haber servido de inspiración
para la novela bíblica de José-.
Pero, así como
conocemos la trayectoria política y arquitectónica de Imhotep, no sucede lo
mismo con lo que respecta al “arte de la curación”. De su “rival” Sekhet´enanach
por lo menos sabemos que curó las narices del faraón. Nada sabemos de las
técnicas de Imhotep, los pacientes a los que trató o cuánto tiempo se dedicó a
la profesión. Hay quienes le atribuyen la autoría del Papiro de Smith. Aunque
este documento es muy posterior a su época (siglo XVII a.C.), el estilo antiguo
de su escritura hace suponer que fue copiado de un manuscrito que data de los
comienzos de la medicina egipcia.
Más allá de esto, su
trabajo galénico no debe haber sido despreciable, ya que a su muerte fue
adorado primero como semidiós y luego como Dios bajo el nombre de Imonthes. En
Grecia fue identificado con Asclepio, hijo de Apolo y dios de la medicina,
aunque –al igual que Imhotep- al principio fue considerado un semidiós. Sus
templos se situaban en las afueras de la ciudad y eran considerados
“sanatorios”. En Roma tomó el nombre de Esculapio y su culto se estableció en
la isla Tiberina, donde su templo también fue un sanatorio en el que el dios
aparecía en sueños para recetar el remedio adecuado.
En cuanto a Imhotep,
se alzaron templos en Menfis, Tebas y Filé, en donde es muy probable que se
aplicara la “incubación” o “sueño del templo” que encontramos en los cultos de
Asclepio-Esculapio. El templo de Filé quedó inundado por la presa de Asuán
(culminada en 1970). Imhotep fue enterrado en Menfis, pero su tumba no ha
podido hallarse.
En el Canto del
Arpista (siglo XXI) encontramos la siguiente oración:
“He oído las
sentencias de Imhotep y de Dyedefhor, que se citan como proverbios”.
Hoy en día parece
banal la discusión acerca de si debemos considerar a Sekhet´enanach o a Imhotep
como el “primer médico de nombre conocido de la historia”. Este debate era más
propio de una época en donde se creía que la historia había sido hecha por los “grandes
hombres”. Ambos sanadores formaban parte de un contexto histórico y de una
tradición médica que es necesario comprender y estudiar en su conjunto, más
allá de las figuras individuales que la conformaron, sin negar los aportes que
pudieron haber realizado.
Fuente: Luciano
Andrés Valencia, Revista de Historia
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