LA SOCIEDAD THULE: EL OCULTISMO QUE ALIMENTÓ AL NAZISMO.
A comienzos del
siglo XX, Alemania se encontraba sumida en un estado de tensión ideológica,
desesperación económica y búsqueda de sentido identitario. En ese caldo de
cultivo, florecieron grupos esotéricos, nacionalistas y ocultistas que
prometían redención a través de mitos arios, runas y profecías antiguas.
Uno de los más
influyentes fue la Sociedad Thule, una organización semisecreta que mezclaba
racismo pseudocientífico, espiritualismo germánico y aspiraciones políticas.
Aunque su vida activa fue corta, su impacto indirecto fue duradero.
Entre sus
miembros y círculos afines surgieron figuras clave del movimiento
nacional-socialista. La conexión entre lo esotérico y lo político no fue accidental,
sino parte de una cosmovisión que sirvió de sustrato ideológico para el
nazismo.
La Sociedad Thule
fue fundada en Múnich en 1918 como una rama del Germanenorden, una orden
ultranacionalista y racista que buscaba la pureza del “espíritu germano”. Su
creador, Rudolf von Sebottendorf, era un personaje peculiar: aristócrata
autoproclamado, viajero en Oriente Medio, aficionado a la astrología, la
alquimia y la numerología. Inspirado por doctrinas teosóficas y ocultismo
islámico, Sebottendorf dotó al grupo de un aura mística que atrajo a círculos
nacionalistas frustrados tras la derrota de la Primera Guerra Mundial.
La Thule tomó su
nombre de una isla mítica mencionada por el geógrafo griego Piteas, considerada
en la mitología germánica como el origen ancestral de la raza aria. Para sus
miembros, el retorno a Thule era más que una metáfora: significaba el
restablecimiento de una sociedad pura, heroica y nórdica, libre de influencias
judías y decadentes. Desde esta base se articuló una visión del mundo que
mezclaba esoterismo y supremacismo.
Símbolos, mitos y enemigos
La Sociedad Thule
adoptó símbolos antiguos reinterpretados a la luz de una ideología moderna. Las
runas germánicas, la cruz gamada, los rituales de iniciación, el uso del
ocultismo como herramienta de poder… Todo formaba parte de una visión integral
del mundo. La historia oficial era rechazada en favor de una narración mítica
en la que los arios eran una raza superior venida de un origen polar, cuyos
valores habían sido contaminados por civilizaciones mestizas.
Entre los
enemigos identificados por la Sociedad Thule estaban los judíos, los marxistas,
los liberales y los católicos universalistas. No se trataba solo de adversarios
políticos, sino de fuerzas percibidas como antitéticas al “alma alemana”. De
este modo, el antisemitismo de la Thule no era solo social o económico, sino
profundamente simbólico: los judíos representaban la degeneración espiritual
del mundo moderno.
Del mito al partido
En 1919, miembros
de la Sociedad Thule fundaron el DAP (Deutsche Arbeiterpartei), el Partido
Obrero Alemán, que pronto se convertiría en el NSDAP tras la incorporación de
Adolf Hitler. Aunque Hitler no fue miembro de la Thule, varios de sus primeros
colaboradores, como Dietrich Eckart, Alfred Rosenberg, Hans Frank o Rudolf
Hess, sí tuvieron relación con el grupo o sus esferas ideológicas. Eckart,
poeta y esoterista, fue mentor del joven Hitler y le introdujo en muchos de los
círculos nacionalistas de Baviera. Rosenberg, por su parte, se convertiría en
el principal ideólogo racial del régimen y difusor de teorías pseudohistóricas
sobre el “origen nórdico” de la civilización europea.
El vínculo entre
Thule y el nazismo no fue directo, pero sí decisivo. Más que una estructura
orgánica, lo que pervivió fue una atmósfera cultural: una mezcla de misticismo
germánico, racismo pseudocientífico y visión conspirativa del mundo. Esa
atmósfera impregnó los primeros años del nazismo y se mantuvo en sus prácticas
simbólicas y en su aparato propagandístico.
Rituales de poder
El régimen nazi
adoptó una iconografía deliberadamente arcaizante. Las ceremonias del partido,
las insignias de las SS, los desfiles nocturnos con antorchas, todo evocaba una
espiritualidad guerrera. Heinrich Himmler, líder de las SS, llegó a crear una
especie de “órden interior” dentro del aparato policial, con sede en el
castillo de Wewelsburg, rediseñado como centro ritual del “nuevo orden”. Allí
se celebraban reuniones, ceremonias de iniciación y se estudiaban textos esotéricos.
Himmler pretendía dotar a las SS de una identidad no solo política, sino
espiritual, heredera de los antiguos caballeros teutónicos y vinculada a una
visión cíclica de la historia.
Estas ideas
procedían, en parte, del sustrato ideológico generado por grupos como Thule. El
concepto de una élite racial investida de un destino cósmico no surgió de la
nada, sino que bebió de corrientes ocultistas que llevaban décadas germinando
en Europa central.
Desaparición y rastro
Tras el ascenso
del nazismo al poder en 1933, muchas de las sociedades ocultistas fueron
disueltas o absorbidas. El régimen necesitaba control y no toleraba entidades
paralelas. La Sociedad Thule había dejado de existir como tal en los años
veinte, pero su influencia persistía a través de sus antiguos miembros y del
imaginario que había ayudado a consolidar. Con la caída del Tercer Reich en
1945, las investigaciones aliadas desvelaron documentos y conexiones que
llamaron la atención sobre el papel del ocultismo en la gestación del nazismo.
Desde entonces,
el interés por la Thule ha crecido, alimentado por obras de historia,
documentales y teorías especulativas. Sin embargo, separar el mito del dato
contrastado sigue siendo un reto. No hay pruebas de que Hitler asistiera a
rituales ocultistas o que creara un culto formal, pero sí hay indicios claros
de que buena parte de su entorno compartía visiones esotéricas y racistas
elaboradas en ese contexto.
Más allá del esoterismo
La importancia de
la Sociedad Thule no reside tanto en sus prácticas rituales, sino en su papel
como matriz de ideas. Convirtió la frustración de la posguerra en un relato
simbólico de redención. Dotó a una ideología política de una narrativa mística,
donde la historia no es evolución sino lucha cíclica entre fuerzas de la luz y
la oscuridad. Y en esa lucha, el pueblo germano era el elegido. Esta
cosmovisión fue crucial para la consolidación del discurso nazi: no era solo
una ideología, era una fe.
Fuente: Revista
de Historia
Revisión y Diseño: elcofresito
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