¡HAY MOROS EN LA COSTA! EL CORSARISMO MUSULMÁN
¡Hay moros en la costa! La frase más temida
que podía escucharse en las costas entre los siglos XVI y XVIII ya que era
sinónimo de desgracia, sobre todo cuando los corsarios triunfaban y conseguían
capturar a los habitantes cercanos para convertirlos en esclavos.
El corsarismo musulmán no afectó solo al
Mediterráneo, sino que ciudades como Plymouth (1625), Baltimore (1631) o
incluso Islandia en 1627 sufrieron ataques.
Los prisioneros y el botín se conseguían
mediante rápidos ataques a la costa, retirándose antes de que se pudiera
organizar la defensa y llegaran refuerzos, ataques a buques mercantes,
apresaron más de 800 barcos ingleses en la primera mitad del siglo XVII, y
finalmente grandes ataques que han pervivido en la memoria popular como es el
asalto a Ciutadella (Menorca) por parte de 15.000 corsarios en 1558 que paso a
ser conocido como “l’any de la desgracia” (el año de la desgracia).
Estos grandes ataques no eran lo más común
por cuestiones organizativas y económicas, ya que la captura de un gran número
de esclavos hacia disminuir su precio y por tanto los beneficios de la
expedición.
Los ataques corsarios fueron una constante
durante la edad moderna y por ellos los reyes y gobernadores intentaron
frenarlos mediante la construcción de torres de vigilancia y murallas, que
creaban una falsa sensación de seguridad, ya que la población acudía a
refugiarse en ellas y cuando las defensas fallaban los corsarios conseguían con
facilidad un gran botín de esclavos y productos comerciales que luego
revendían. También se obligó a la población morisca a vivir alejada de la costa
por miedo a que colaborarán con los corsarios.
La firma del tratado de Utrecht en 1713 y la
conversión en bases inglesas de Menorca y Gibraltar provocó que la armada
inglesa se sumará a la española en el control de la piratería y finalmente en
el siglo XIX con la expansión francesa en África se pondrá fin a la piratería
musulmana.
Más de un millón de europeos que fueron
vendidos en los grandes mercados de esclavos del norte de África: Argel,
Constantinopla, Quíos, Trípoli, Túnez, Marrakech, la república de Salé en la
costa Atlántica de Marruecos fundada por los moriscos de los Hornachos
(Badajoz) expulsados por Felipe III en 1609.
Los prisioneros eran tasados comprobando su
dentadura, haciéndoles saltar, desnudándolos para evaluar el valor sexual tanto
de hombres como de mujeres que eran destinados a prostíbulos y harenes.
Los mercaderes examinaban los lóbulos de las
orejas buscando marcas de pendientes y las manos, ya que tanto las marcas de
pendientes como unas manos suaves indicaban que el prisionero podía ser de
clase alta y se podría obtener un rescate, ya que los prisioneros se
clasificaban en dos grupos los “nâçrani” que eran los esclavos cristianos y los
“asîr” que eran los cautivos por los que se podía obtener un rescate o que
podían comprar su libertad debido a sus habilidades, lo que los hacía más
valiosos.
Un porcentaje de los esclavos pasaban al servicio
del gobernador y su trabajo era el de remar en las galeras y ocuparse de las
tareas más duras de mantenimiento y construcción de la ciudad. Los esclavos
privados eran afortunados si se convertían en esclavos domésticos, pero también
podían ser destinados a galeras o a trabajos agrícolas en zonas alejadas.
Los esclavos vivían en los “bagnos”
(almacenes de esclavos) donde había sacerdotes que se ocupaban del consuelo
espiritual, pero para ello el resto de esclavos o cristianos libres habían de
pagar a sus dueños para liberarles del trabajo.
La función de los sacerdotes era también
evitar que hubiera conversiones al islam, ya que era una forma de mejorar las
condiciones de esclavitud. Las conversiones fueron mínimas ya que debido a la
religiosidad de la época se aceptaba la esclavitud como una prueba para
alcanzar la vida eterna.
Lógicamente hubo casos de conversión como el
de Gabriel de Moncerrat, mallorquín capturado en 1624 y que en 1629 se
convirtió al islam con el nombre de Ahmed Mallorquino que se dedicó al
corsarismo en el Mediterráneo central junto a su patrón Youssef Dey vendiendo
sus productos en Mallorca con la colaboración de su esposa, que no había sido
capturada, consiguiendo una importante posición en Túnez al intervenir como avalista
para el rescate de prisioneros, llegando a firmar los documentos con su propio
sello y el nombre de Ahmed Ibn Mohamed Abdallah y buscar un esposo para su
hermana entre los cautivos mallorquines en Túnez.
Las familias de los presos ricos se ponían en
contacto con los rescatadores de esclavos que solían ser antiguos esclavos,
judíos o conversos que tenían contactos en los distintos puertos del norte de
África que eran los encargados de negociar la libertad en un plazo que no solía
superar el medio año.
Los pobres fiaban su libertad a la
intercesión de órdenes religiosas (trinitarios, mercedarios, capuchinos y
lazaristas) que pagaban rescates por los presos. El pago de estos rescates
activó una importante red económica de cambistas y comerciantes que conseguían
grandes beneficios gracias al corsarismo musulmán.
El rescate de los prisioneros no era bien
visto por todos los gobiernos ya que el costo de los rescates era importante y
ese dinero iba destinado a armar nuevos buques para el corsarismo, con lo cual
se agravaba el problema.
Por ello, el gobierno inglés prohibió los
rescates e incremento el “Ship money” para equipar la armada para mejorar el
equipamiento de la armada inglesa y frenar los ataques, aunque la iglesia
anglicana recogía donativos en los sermones de los domingos, haciendo
referencia a los “Barbary horrors” y fletando algunas expediciones de rescate
con el apoyo diplomático del “Privy Council”.
El capitán inglés William Garret, que se
dedicaba al corsarismo en el Mediterráneo capturando esclavos musulmanes
defendía la idea de no pagar rescates y utilizar ese dinero en crear una flota
que patrullara las costas para disuadir a los corsarios.
Referencias: Juan Llodrá, Revista de Historia
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